Anexo I de las primeras 37 palancas
40 años de democracia: un balance complejo
Por Oriol Bartomeus. Doctor en Ciencias Políticas y Profesor de Ciencia Política en la Universitat Autònoma de Barcelona y la Universitat de Barcelona.
A escasos meses de celebrarse el cuarenta aniversario de la promulgación de la Constitución de 1978, que sentó las bases de nuestro sistema político, tal vez sea conveniente realizar un balance sobre cómo han evolucionado los principales indicadores de ese sistema, en base a los datos de la serie histórica del Centro de Investigaciones Sociológicas.
De un tiempo a esta parte se ha ido creando en la opinión pública una cierta idea de crisis en nuestro sistema político, que sería perceptible en el incremento de manifestaciones de protesta i desagrado hacia el propio sistema y sus actores principales, lo cual estaría en la base del significativo trasvase de apoyo electoral desde las fuerzas que tradicionalmente han protagonizado la vida política en España (al menos desde principios del os años ochenta) hacia fuerzas nacidas hace relativamente poco tiempo.
Algunos discursos plantean que estamos en una crisis de sistema (una crisis “de régimen” para algunos). Los datos aportan una visión menos simple y contundente. Hay elementos que parecerían apuntar a una degradación evidente de algunos aspectos del sistema político, pero éstos se acompañan de tendencias que sin lugar a dudas deben calificarse de positivas. El balance, pues, no admite el trazo grueso, sino que muestra una variedad de matices, una complejidad que merece ser analizada con detenimiento.
El punto de partida
Las características particulares del momento histórico en el que tuvo lugar la transición a la democracia en España dotaron al nuevo sistema de una estructura de valores compleja, en parte contradictoria. Por un lado, la sociedad española se mostraba muy favorable al sistema democrático como la mejor opción política, lo cual dotaba al nuevo sistema de una legitimidad muy importante, que le permitió pasar el angosto trámite de la transición y superar con éxito las tensiones inherentes a todo cambio de régimen político (con intento de golpe de Estado incluido). A su vez, no obstante, esta predilección casi unánime por la democracia se combinaba en la sociedad española con una arraigada desconfianza hacia los actores que protagonizaban el sistema, ya fuera el gobierno, el parlamento, o muy especialmente los partidos políticos, que año tras año han tenido el triste honor de ser las instituciones peor valoradas por el conjunto de los españoles.
Esta aparente contradicción entre el apoyo masivo al sistema y una extendida desconfianza hacia sus actores es lo que Maravall definió a principios de los ochenta como “cinismo democrático”[1], una característica que ha ido confirmándose a lo largo de las décadas de los ochenta y noventa (véase los trabajos de Montero y Torcal[2]), lo que indica que el “cinismo democrático” es un elemento persistente de la cultura política de los españoles.
A este elemento cabe agregar además una amplia apatía política por parte de la sociedad, que tiene que ver tanto con a la desconfianza de la que hablábamos antes como del contexto de represión y miedo en el que se realizó el pase de la dictadura franquista al nuevo régimen democrático. A lo largo de los años, los datos comparativos con otros países de nuestro entorno han revelado una menor participación e implicación de los españoles con la política y sus acciones.
Los datos de las series históricas del CIS muestran cómo algunos de los elementos definitorios de la cultura política de los españoles se han mantenido a lo largo de estos años, y especialmente en la última década, marcada por la crisis económica global iniciada en 2007, mientras que otros elementos muestran una evidente evolución, que pone en cuestión el dibujo que se ha hecho hasta ahora de la relación entre la sociedad y el sistema político en España. El balance es una mezcla entre la persistencia y el cambio, que apunta a nuevos equilibrios, y que muy probablemente deberán ser considerados en un futuro no muy lejano.
Más desconfianza, más alejamiento
Hay algunos elementos que conforman la opinión de los ciudadanos acerca de la coyuntura política que han evolucionado de forma claramente negativa en los últimos años. Esto parece atribuible a la crisis económica, que ha devenido en crisis de los sistemas democráticos no sólo en España sino en toda Europa.
La opinión de los españoles acerca de la situación política muestra una evidente degradación a partir de 2009, cuando casi la mitad del censo considera que la situación política es mala o muy mala. Este porcentaje no dejará de escalar en los siguientes cinco años, hasta rozar el 90% de los electores, en sus fases más agudas (febrero de 2013, noviembre de 2014, septiembre de 2016), para relajarse posteriormente. Este relajo, no obstante, ha dejado el porcentaje de los que consideran negativamente la situación política alrededor del 70%.
Gráfico 2. Evaluaciones negativas de las situaciones política y económica
Parece evidente que la degradación percibida en la situación política se relaciona con la situación económica, puesto que uno y otro indicador van de la mano. El gráfico es bien explícito al respecto. Se percibe el paralelismo entre una y otra, no sólo en el momento actual sino también en otros períodos de crisis, como la vivida a mediados de los noventa.
De todas formas, es interesante apuntar también los episodios en los que la degradación percibida entre economía y política difieren. Es el caso evidente del inicio del período democrático, caracterizado por una crisis económica que no parece afectar a la opinión sobre la situación política, sino todo lo contrario. Es posible que entonces la legitimidad del nuevo sistema lo hiciera invulnerable a los efectos de la degradación de la situación económica.
Otro episodio de divergencia se produce claramente en el año 2003, en el que parecería evidente que se percibe una degradación de la situación política que en este caso no va acompañada de una tendencia igual en el aspecto económico.
Incluso en los episodios donde las opiniones negativas sobre la política y la economía parecen coincidir, se observan diferencias. Es el caso de la primera mitad de los noventa. Las opiniones negativas sobre la situación política crecen un año antes de las que se refieren a la situación económica. Podría ser que las primeras son una reacción a los escándalos ligados al mundo político. De la misma forma, estas opiniones negativas sobre la situación política caen bruscamente a principios de 1996, precisamente coincidiendo con las elecciones generales de marzo de ese año, que supusieron el cambio de mayoría en el parlamento.
Por lo que respecta al último período de crecimiento de las opiniones negativas, a partir de 2007, si bien es cierto que las dos líneas evolucionan de forma similar, también lo es que a partir de 2014 se aprecia una clara relajación de las opiniones negativas acerca de la situación económica, mientras que las referentes a la situación política se mantienen.
De todo ello podemos deducir que, a pesar que existe una evidente relación entre las opiniones sobre la situación económica y la política (que podría incluso hacernos suponer que estas son efecto de aquellas), la degradación de la situación política actual parece obedecer a una causa autónoma, propia del contexto político. De tal forma, podríamos decir que hay una mayoría muy amplia de electores en España que tiene una opinión negativa acerca de la situación política, más allá de los efectos de la crisis económica.
Esta idea parece reforzarse cuando se observan otros indicadores de la coyuntura política. Así, las opiniones sobre la gestión del gobierno central muestran una evidente tendencia hacia posiciones negativas en los últimos años. Aquí también parece haber una evidente relación con la situación económica, pero no parece que los efectos de ésta puedan explicar todo el cuadro.
Gráfico 3. Valoración de la gestión del gobierno
Las líneas del grafico muestran dos tendencias: una de coyuntural y la otra de fondo. La primera define la evolución “vital” de los diferentes gobiernos, desde su surgimiento hasta el cambio de mayoría. En todos es visible una tendencia similar, que va de la opinión mayoritariamente positiva del comienzo hasta un aumento sostenido (en algunos casos, abrupto) de las opiniones negativas a medida que avanza la legislatura.
La tendencia de fondo muestra una sostenida en el tiempo a una creciente opinión negativa sobre la gestión gubernamental, que se puede observar claramente desde 2004, con el cambio de mayoría del PP al PSOE. Si bien es cierto que cada legislatura cumple con la “ley” de un empeoramiento paulatino de la opinión sobre el gobierno, también lo es que cada nuevo gobierno empieza con una opinión más negativa que el anterior. Aznar inició su segundo mandato en 2000 con una opinión positiva del 49%. Zapatero en 2004 se estrenó con un 52%, pero cuatro años después al inicio de su segunda legislatura (2008) esta opinión favorable había bajado hasta el 33%. Rajoy inició su andadura gubernamental (finales de 2011) con una cota inferior, 17%. Y aún fue más baja la opinión favorable a sui gobierno al inicio de la legislatura de 2016, 14%.
Existe, pues, una tendencia de fondo que va más allá de la vida de los gobiernos en concreto. Esta tendencia muestra como las opiniones positivas acerca de la gestión gubernamental son cada vez más exiguas, y lo contrario sucede con las opiniones negativas. Y esto es así más allá de qué partido ocupe el gobierno. Cada nuevo ejecutivo parte de una situación peor de la que tenía el ejecutivo anterior en el momento de tomar posesión.
Esta tendencia de fondo también es visible por lo que respecta a la confianza declarada hacia el presidente del gobierno, que muestra una clara degradación en la última década y media.
Gráfico 4. Confianza en el presidente del gobierno
En los años que van de 1987 hasta 2010 ningún presidente del gobierno ha obtenido una confianza (mucha más bastante) inferior al 20%. Desde julio de 2010 sólo en dos barómetros (los dos primeros que evaluaban a Mariano Rajoy como presidente) la confianza en el presidente pasa claramente del 20%. En el otro extremo, la desconfianza en el presidente (medida como la suma de las respuestas de “poco” y “nada” confianza) se ha situado de forma persistente alrededor del 80%, a pesar de los cambios de mayoría que ha habido a lo largo de este período.
Estos datos vendrían a demostrar que se ha producido una evidente degradación de la opinión sobre aspectos relevantes de la situación política y de sus actores, que en parte podrían estar relacionados con la crisis económica, pero que muy probablemente también expresan cuestiones de fondo ligadas a una creciente visión negativa de la relación entre los ciudadanos y el sistema político.
Esta visión negativa no sólo parece afectar a la coyuntura y a los actores, sino que repercute sobre el sistema democrático en sí. En este sentido destaca el empeoramiento de los datos respecto de la satisfacción de los ciudadanos con el funcionamiento de la democracia en España, que ha visto crecer las opiniones negativas de forma casi sostenida en los últimos diez años.
Gráfico 5. Satisfacción con el funcionamiento de la democracia en España
De nuevo el gráfico vuelve a mostrar cierta relación entre el aumento de las opiniones negativas y la situación de crisis económica (primera mitad de la década de los noventa y a partir de 2008), pero también de nuevo se observa que este tipo de opiniones alcanzan cotas nunca vistas en los últimos años. En 2012 los electores que se declaran satisfechos (mucho y bastante) con el funcionamiento de la democracia no llegan ni al 30% del total, diez puntos por debajo del mínimo alcanzado en toda la serie des de 1983 (38% en noviembre de 1994).
A partir de 2012 se ha ido observando la continuación del empeoramiento de la opinión, de forma que en julio de 2016 sólo el 22% se declara claramente satisfecho con el funcionamiento de la democracia[3], catorce puntos menos que diez años antes (enero de 2006).
Existen bastantes elementos para concluir que la opinión del electorado español acerca de la coyuntura política ha ido empeorando en la última década, y a pesar de que parecen existir elementos para relacionar esta tendencia con el estallido de la crisis económica, también parece cierto que éste no parece ser el único factor. No es insensato hablar de un alejamiento entre una parte significativa del electorado y algunos elementos esenciales del sistema político.
Esta evolución parecería incidir en la parte más negativa del dibujo que tradicionalmente se viene haciendo de la relación entre los españoles y su sistema político. Los datos parecen apuntar a un refuerzo de la tradicional desconfianza de la sociedad española hacia “sus políticos”, que coinciden con algunos discursos que apuntan a un reforzamiento del “cinismo democrático”.
Esto se vería ratificado por el hecho que la degradación de estos elementos esenciales del sistema no viene acompañada por un cuestionamiento, sino todo lo contrario. Los datos apuntan que una gran mayoría de los electores (alrededor del 80%) dice preferir el sistema democrático a cualquier otra forma de gobierno.
Gráfico 6. La democracia es preferible a cualquier otra forma de Gobierno
Pero al lado de estos elementos de evolución negativa, que coinciden con la definición canónica de la cultura política en nuestro país, se observan otros elementos que apuntarían hacia una evolución de tipo positivo, que rompe con alguno de los estereotipos sobre nuestra sociedad.
Más interés, más implicación
Los datos de la serie histórica del CIS vienen a desmentir la imagen de la española como una sociedad apática respecto de la política, lo que de alguna manera nos alejaría del discurso más negativo sobre una crisis general. El cuadro es más complejo que la simplificación que a veces se hace de él. Junto con elementos de clara tendencia negativa, o a cierto mantenimiento de actitudes de desconfianza y desafección, se observa una clara evolución positiva en los elementos referentes a la implicación de la ciudadanía en el ámbito político.
Así, los datos del CIS muestran un evidente incremento en el interés por la política, que históricamente siempre había sido bajo en España. Es cierto que existe una mayoría del electorado español que sigue mostrando poco o nada de interés por la política, pero también lo es, como muestra el gráfico, que éste ha disminuido de forma clara desde principios de siglo y sobre todo a partir de 2008.
Gráfico 7. Interés por la política (agrupado)
En los veinte años que van de 1983 hasta 2002, el interés por la política del conjunto de los españoles se ha movido un poco por encima del 20% (con un pico cercano al 25% durante el cambio de mayoría de 1993 a 1996). A partir de 2003, en el último tramo del gobierno Aznar, el interés escala hasta el 30%, y no abandona esa cota, es más, escala progresivamente hasta el 40% a partir de 2012, coincidiendo con el cambio de etapa político, y se mantiene a partir de entonces.
La imagen de la sociedad española como un grupo mayormente apático se resquebraja en este último período, lo que demostraría que algo está cambiando en las bases del sistema. Esta tendencia puede intuirse cuando observamos los datos referentes a la información política consumida por los electores, que también aumenta, aunque de forma más leve.
Gráfico 8. Consumo de programas de contenido político (además de las noticias)
La tendencia que muestra el gráfico anterior es más bien leve, pero apunta en la dirección de un mayor consumo de información política por parte de los electores. También es cierto que esta tendencia sufre del impacto de la crisis económica, muy visible durante el período 2008-2010, pero hay una clara recuperación de la tendencia hacia la mejora con posterioridad.
Parte de este incremento en el consumo de información política parecería deberse a la aparición de nuevos canales para acceder a aquélla, principalmente internet. Así, mientras que el consumo a través de los canales tradicionales (prensa, radio y televisión) se mantendría, habría aumentado de forma evidente el consumo de información política a través de internet. A pesar de ello, la televisión sigue siendo el canal más utilizado para informarse sobre política (90%).
Otro elemento que rompe con el estereotipo de una sociedad mayormente no politizada, o que entiende la política como algo que les es ajeno, es la evolución de los indicadores sobre la frecuencia con la que los electores discuten de política con familiares, amigos o compañeros de trabajo. Los datos de los últimos quince años muestran una evidente progresión positiva en este aspecto, como indica el gráfico.
Gráfico 9. Habla de política a menudo con familiares, amigos o compañeros de trabajo/ estudio
Los datos ponen en evidencia un incremento significativo de la frecuencia con la que los españoles hablan de política, desde menos del 10% a principios de siglo hasta pasar el 20% a partir de 2012 y hasta la actualidad.
Obviamente, parte del incremento del interés por la política puede deberse a la coyuntura, en el sentido que las repercusiones de la crisis económica en el ámbito político, la modificación de los apoyos electorales, con la aparición de nuevas fuerzas en el escenario, pueden haber incrementado el interés de los ciudadanos y su consumo de información política. Pero también es cierto que podría haber alguna razón de fondo, alguna modificación estructural que haya cambiado la manera cómo los españoles se acercan a la política.
En este sentido parece evidente referirse al relevo generacional, que ha hecho emerger una cohorte de electores con un mayor nivel académico, que en parte pudieran ser los responsables de este incremento en el interés por la política. Este nuevo electorado habría desplazado unas cohortes que tradicionalmente se habían mostrado menos interesadas, en parte por su bagaje generacional, configurado durante la dictadura franquista, y posiblemente por unas menores capacidades, derivadas de un menor nivel académico.
Un balance no apto para simplificaciones
¿Qué se puede decir de la evolución de la relación de los ciudadanos y la política después de cuarenta años de vigencia del actual sistema democrático? Pues que nada es del todo nuevo ni que se mantiene todo lo viejo.
Por un lado, la opinión de los españoles sobre algunos elementos básicos del sistema político muestra un creciente deterioro en los últimos años, que incide en las pautas que tradicionalmente se han asociado a la cultura política en España. Las opiniones negativas acerca de la coyuntura política, de la gestión del gobierno y de la confianza en el presidente del mismo han aumentado hasta alcanzar cotas nunca vistas, lo que pone en evidencia un sentimiento extendido de rechazo, ligado al estallido de la crisis económica, pero que parece mantenerse más allá.
Los españoles de hoy en día se muestran más críticos que nunca con el funcionamiento de su sistema político. Esto, sin embargo, no parece poner en duda su adhesión a la democracia como sistema de gobierno. Se mantiene y se acrecienta el “cinismo democrático” que define la cultura política en España. Por un lado, no se discuten las bases del sistema, pero por el otro, la desconfianza y las opiniones negativas llegan al máximo.
Lo que ha cambiado es la actitud social. Si tradicionalmente esta opinión negativa acerca del funcionamiento del sistema democrático llevaba aparejado un distanciamiento de la política, una cierta apatía, por parte de la sociedad, hoy van parejos a un creciente interés y vinculación. El electorado español parece querer implicarse en el cambio, no quiere quedarse al margen. Este es el elemento de novedad que nos aportan los datos. Antes, las valoraciones negativas conducían a la inacción y al alejamiento, hoy parece que sea todo lo contrario.
Ni todo se mantiene ni todo ha cambiado. Sobre la base de unos valores que siguen presentes (la desconfianza, la visión crítica) aparece una actitud diferente. El cuadro resultante es en parte desalentador y en parte esperanzador. De una parte, hay que concluir que sigue existiendo (y se acrecienta) la brecha entre ciudadanos y sistema político. Los electores españoles siguen considerando que los políticos no se preocupan por ellos o que los políticos sólo buscan sus intereses personales. Esto no ha cambiado. Pero por otra parte es más que evidente la evolución en positivo de elementos de empoderamiento ciudadano: cada vez son menos los que consideran que la política es demasiado complicada para entender lo que pasa, o los que declaran que es mejor no meterse en política, o incluso aquellos que creen que el voto es la única forma para influir en el gobierno.
A este nuevo ciudadano, crítico a la vez que interesado, pesimista pero movilizado, habrá que darle respuestas para reducir la brecha entre él y un sistema político en el que no percibe capacidad de respuesta a sus problemas. Esta es la tarea que tenemos ante nosotros.
[1] Maravall, José María: “la política de la transición” Madrid, Taurus Ediciones, 1982
[2] José Ramón Montero y Mariano Torcal: “La cultura política de los españoles: pautas de continuidad y cambio” Madrid Sistema, 99 1990; José Ramón Montero, Richard Gunther y Mariano Torcal: “Actitudes hacia la democracia en España: legitimidad, descontento y desafección” Reis, 83 1998 páginas 9-49
[3] Suma de los porcentajes de entrevistados que responden 7, 8, 9 o 10 en una escala de 0 a 10.